Está claro que las disputas semánticas se verifican minuto a minuto, milímetro a milímetro, palabra por palabra. El escenario de la pandemia, decretada el 11 de marzo del 2020, encontró como primera gran medida de defensa planetaria la “cuarentena”.  Eso ha implicado la reclusión voluntaria de todas las personas (en algunos países se decreto su obligatoriedad) para cuidarse y así cuidar a los demás. Distanciamiento social voluntario. No “encierro”. A menos no bajo la acepción carcelaria que implicaría descontar, de cierta acción, la voluntad participativa. 

Por Fernando Buen Abad Domínguez.

Hasta donde las investigaciones científicas internacionales permiten afirmar, nadie eligió la pandemia (téngase benevolencia con esta aparente perogrullada) lo que si hemos podido elegir es el modo de paliar, contrarrestar o aminorar los efectos que se pronostican con herramientas de análisis político-cultural y con herramientas de matemática dura. La elección es “quedarse en casa”. No pocos afirman que, cuando el repertorio de las elecciones se reduce a una, no hay tal elección pero ese sofisma no tiene lugar cuando, entre las elecciones, aparece la de no acatar la cuarentena y escapársele con todo género de argucias. Vivos hay en todas partes.

Algunos, que no simpatizan con las acciones organizadas por la comunidad y que, insensibles al efecto de la pandemia, quieren a los trabajadores de vuelta en los puestos de trabajo (sin importar las condiciones de contagio) gustan de enfatizar la palabra “encierro”. Lo hacen de la misma manera en que enfatizan la palabra “reeeegiiimennn” para aludir a gobiernos de orientación humanista que no ponen al capital por encima de las personas.

“Encierro” no es lo mismo que decisión voluntaria para cuidarnos todos. Esa decisión de “quedarse en casa” es una construcción política mundial sin precedentes. Es un paso de conciencia política en el que la colectividad entiende su papel participativo en una decisión de salud pública. Quedarse en casa es un hecho de masas que hoy en el mundo marca y marcará diferencias sustanciales porque es prueba de que se puede lograr mucho con la fuerza organizada de la comunidad. “Encierro” es otra cosa porque alude, entre sus muchas acepciones, a cese de la voluntad y con ello a repercusiones negativas profundas, y diversas, en el ánimo individual y colectivo. Encierro es castigo, sanción… es todo lo contrario a voluntad de resguardo para que pensar en uno sea pensar en los otros. La cuarentena es un hecho de vida y de salud.

También es verdad que el “quedarse en casa” no es tan fácil para muchas personas de sectores diversos. Para esas personas la cuarentena se convierte en “encierro” no por definición propia sino par las circunstancias objetivas que determinan su coyuntura. No todas las casas son idóneas para una cuarentena, no todas las condiciones laborales facilitan el “quedarse en casa” ni todas las relaciones humanas han madurado, de igual manera, el reto de la convivencia y la compañía en condiciones de pandemia. Todo esto añade a la respuesta mayoritaria que ha asumido (y podido) “quedarse en casa” un significado adicional y un grupo de méritos innegables. Sin exageraciones.

Aunque las operaciones mediáticas (y uno que otro “despistado”) sigan recurriendo al concepto de “encierro” para caracterizar la construcción colectiva de la mejor defensa que tenemos, hasta la aparición de las vacunas, no dejaremos de señalar el contenido implícito y explícito con el que se pretende eclipsar un logro colectivo internacional a cambio de un desplante lenguaraz de algunos canallas dispuestos a negar todo lo que tenga carácter social y humanista. Desde su encierro de clase.